No hay mayor culto a la personalidad de Freddie Mercury que
imaginar en voz alta a una REINA despojando su trono de una patada hacia el
abismo, atravesando a saltos asincrónicos el escenario tras telones de quimeras y
fantasmas. Ella; parafernálica, loca, histérica y profunda.
Éste que refleja el leitmotiv de un viejo y fértil vientre, la estrella que sin miedo se pretende libre,
hablando de amor y esperanza. Rompiendo con fuerza sonora esa cuarta pared que
lo único que hace es atisbar atónita y perpleja. Virtuoso movimiento rápido y
sin guardia, el micrófono es una extensión de su boca que inhalando una
pandemia exhaló una leyenda.
Disciplina que lame vestigios de todas esas drogas
deliciosas y prohibidas, rostros extasiados por el histrionismo teatral que
erigen una arpía y tres bufones ¡ansiosas todas!, hilarante sonrisa, majestuosa
y precisa.


Execrable veneno del idiota que vocifera fundamentalismos
desde su cúbica cabeza, no hay espacio para la incomprensión, no hay espacio
para el prejuicio. El cuerpo apedreado re-significó el segundo de tristeza con más
delirio, de ese delirio teatral.
<<Mamá, la vida recién comienza, Pero ahora me fui y eche
todo a perder. Mama, no quería hacerte llorar, Si no estoy de vuelta mañana a
esta hora, Sigue adelante, sigue adelante como si nada realmente importase>>